
Caminando. Escuchando a las paredes susurrar. Me llaman, me ruegan. Gritan mi nombre.
Me dicen que es lo que tengo que hacer, me castigan cuando no lo hago. Y vuelven a gritar.
Gritan que no soy feliz, que no voy a ser nunca feliz si sigo así.
Y hay momentos en que todo se torna a confusión, cigarrillos sobre una mesa olvidada en mi cabeza y todas esas botellas que se tomo mi adolescencia.
Y en mi locura perturbante, despierto.
Las paredes siguen gritando, pero yo ya no las escucho.
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